Julio Paredes, escritor colombiano.
Julio Paredes, escritor colombiano.
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Universidad de Los Andes

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Los cuentos de Julio Paredes: gran calidad y una repetición

Paredes había nacido en 1957 en la capital del país, y vio su luz por última vez en el 2021. Publicó, entre otros y en su orden, los cuentarios 'Salón Júpiter y otros cuentos'.

Por Adalberto Bolaño Sandoval

He acabado de leer todos los cuentos publicados (los que aparecen en libros) por el escritor bogotano Julio Paredes, luego de varios detenimientos, culminándolos la semana anterior, ante su inclemente atracción fatal.

Fueron dos o tres años de tira y afloje por cuestiones de la vida y la academia. Me demoré un poco más al proponerme releer dos de esos textos, los cuales comentaré hoy, por su extraña repetición temática, de situaciones y de personajes. Debo declarar, así mismo, su gran calidad. ¿Qué si hay alguna presa mala? Algún comentarista señaló algunos dos relatos, y no el mismo autor. Acerca de ello, Borges declaró, en otra de sus “boutades”, que de su obra podrían salvarse el poema “El Golem” y los cuentos de “Ficciones”. ¿O me equivoco, con tanto borgiano suelto?

Paredes había nacido en 1957 en la capital del país, y vio su luz por última vez en el 2021. Publicó, entre otros y en su orden, los cuentarios 'Salón Júpiter y otros cuentos', 'Guía para extraviados', 'Asuntos familiares', 'Artículos propios', las antologías de cuentos 'Escena en un bosque', 'Antología nocturna' y “Relatos impares”, que no son tales en sí, sino que Paredes republicaba algunos cuentos escogidos de sus anteriores libros, y luego incluía algunos nuevos. 

En cuanto a las novelas, se encuentran 'La celda sumergida' y 'Encuentro en Lieja'  —inicialmente editada con el título 'Cinco tardes con Simenon´—, y' 29 cartas. Autobiografía en silencio´ y 'Aves inmóviles', esta, declarada  Premio Nacional de Novela de 2020, y la biografía Eugene Delacroix: el artista de la libertad, en el 2005. Fue también un traductor eximio del inglés al español, así como docente universitario y editor de varias editoriales bogotanas.

Julio Paredes, escritor colombiano.

Un escritor poco analizado, o algunos enfoques y un desenfoque

Muy extrañamente, pero muy natural en un país como el nuestro, son muy pocos los estudios y ensayos publicados sobre la literatura de Julio Paredes. Buscando en internet —y es allí donde deben aparecer los repositorios universitarios con sus archivos de texto monográficos o de tesis— no encontré nada, salvo las reseñas y las pocas entrevistas de lanzamiento de sus libros. Su vida tuvo poca exaltación publicitaria, muy diferente respecto a otros colegas con mayor cartelera y atractivo vendedor para las “multitudes” lectoras. Sin estridencias, fue publicando su obra.

 No obstante a esa falta de estudios, de una manera casi que puntual, el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, a través de diferentes estudiosos o comentaristas, escritores o críticos, o los dos juntos, sacaron reseñas de casi todas sus obras. Algunas muy bien escritas, otras no tanto, y algunas que sí daban en el clavo. ¿Y qué es dar en el clavo? Justamente, eso: comentar virtudes y defectos, exaltar las calidades positivas y negativas sobre cualquier autor. Pero cuando esos analistas caen en contradicciones, te dejan con la vieja fórmula de esas madres cocineras, cuando te dicen que le eches al cocido “un sí y uno de sal”.

¿Y entonces? Ellos también le echan un sí y un no a sus textos, y dejan al lector con la siguiente expectativa: no me dijo nada.

Así, por ejemplo, una comentarista, Claudia Cadena Silva, indicaba sobre el primer libro de relatos de Paredes (no hago distinción entre estos dos géneros) “Salón Júpiter y otros cuentos”, que estos contienen dos sorpresas: la primera: nunca se accederá al enigma de los personajes, que llevan “una enfermedad vital a cuestas, del cansancio, del desamor y de la culpa”, de sus “actos, de sus gestos, [y que] será siempre secreto”. Y habla de la segunda sorpresa, del “fracaso y la impotencia que esta imprimió en todos” los cuentos a esos personajes. Sin embargo, hipotetiza (a propósito del último artículo que escribí la semana anterior sobre la teoría y la hipótesis) que nunca “se sabrá en qué lugar de la historia se originó esa carga”, razón por la cual el que lee se encuentra con otro enigma: “una serie de relatos premeditadamente desposeídos de historia”

¿Y entonces? ¿No se sabe dónde nació esa “carga” ni tampoco tienen “historia” esos cuentos con esos personajes, a veces oscuros, con tramas existenciales, y que revelan enfermedades vitales: cansancio, desamor, culpa, fracaso e impotencia? Pura contradicción, puros desenfoques, lo cual confunde, de esta manera, a los lectores. Pero las reseñas buscan, necesitan guiar, ¿cierto? ¿Y lo hizo la analista o no? No, nada. Pero los demás comentaristas sí lo hicieron. Porque se quiere que el intérprete, el reseñista, sea coherente y explique, que resuelva los enigmas y las preguntas que él mismo se hace para sí iluminar al que está al otro lado de la página.  Explicar y hacer comprender, he ahí el asunto. 

Por ello, varios especialistas literarios dieron en el clavo y encontraron, como Juan Manuel Vásquez, el universo existencialista de Paredes en el cuentario “Guía para extraviados”, donde cunden y aparecen preguntas sobre la circunstancia y la dificultad de-ser-y-vivir-en-el-mundo-conmigo-mismo-y-con-el-otro, cadena de análisis que agrego y que problematizaran Martin Heidegger y los filósofos existencialistas sobre las vivencias del-ser-en-el-mundo, relacionado con la incapacidad del ser humano por comunicarse y por pensar siempre en que este se encuentra en la penumbra y al borde de la muerte. En los cuentos se observa una mudez extrema, de sentidos, de incomunicación. Donde los existencialistas plantean la muerte, en Julio Paredes nos encontramos con la insolidaridad, la inconsciencia, el desapego, con la búsqueda y dificultad de encontrar lo deseado o lo perdido. 

Para Vásquez, en su análisis, respecto a la ejecución y el marco temáticos, considera que los cuentos de “Guía para extraviados” son homogéneos, así como el estilo y el lenguaje, siendo este último diáfano y elegante, mostrando, además, situaciones cautivantes,  acompañado de una escritura meticulosa y afortunada. Tras estas incidencias, se encuentran —continúa Vásquez—  “propósitos humanos, de genuina lástima por la incomunicación humana, de fascinación por la mujer como figura, que analiza y explota hasta el agotamiento”, aunque no se sepa que quiere decir “genuina lástima por la incomunicación humana”. Y agrega: “Son cuentos sobre la búsqueda del amor y del hombre perdido, extraviado, ante mujeres más seguras”, y, en medio y a través de él, de ese ser, se halla una Bogotá atosigante, insegura, crítica, tal vez despótica.

Ya en el libro “Asuntos familiares”, el mismo Vásquez encuentra personajes al “borde de la soledad” o de la redención o buscando conservarse al borde del equilibrio, porque “la victoria es imposible” para ellos. A ello se agrega que los narradores se caracterizan por exponer la hondura de sus sentimientos, tras los cuales Julio Paredes muestra una sostenible “capacidad de conmover”, aunque, también su poética quiera “orientar demasiado al lector”. He ahí lo solicitado atrás: señalar lo bueno y lo malo, como el comentarista José Ignacio Escobar, quien encuentra que el cuentario “Artículos propios” el autor “configura mundos complejos en pocos espacios” y en los que los objetos juegan “un papel metafórico que representarán estados de ánimo, decadencia, anhelos perdidos, el deseo de parecernos a alguien, etc.” Estos objetos son representaciones de los propios seres que los tienen o los ocupan: desconcierto, dolor, amargura, y, tal vez, esperanza.

Dejemos hasta allí, hasta ahora, y pensemos que, además de las calidades que exaltan los comentaristas, se añade el prominente grado de humanidad que imprime Paredes a sus personajes. Una profundidad que lo ubica como una escritor y descriptor de los problemas humanos, entre los cuales persisten motivos como el silencio, las incriminaciones, las separaciones y un dolor secreto que los guía hacia un precipicio soterrado. Por su escritura, con Paredes logramos transpirar y auscultar sus almas. 

Y no es solo lo incisivo y sutil de sus análisis sobre estos personajes irredentos o acorralados, sino cómo sabe trasponer sus sensibilidades y dilemas, ayudándolos y ayudándonos a comprenderlos, aun en sus errores. Aún más: perfilándolos, revelándolos con un micrófono o una cámara que los sigue tan de cerca de su intimidad mental y sentimientos, como a sus contradictorios espíritus Revela, así, un mundo donde la perplejidad propia, el desamor y el abandono desajustan las relaciones y los desencuentros entre parejas, entre pequeños grupos de amigos, en familias pequeñas.

Del exteriorismo a la interioridad

Así como descubrimos un párrafo igual en la última novela de García Márquez “En agosto nos vemos”, por casualidad, pudimos observar también que, por causalidad, en dos de los cuentos de Julio Paredes se plantean las mismas historias, pero bajo puntos de vistas narrativos diferentes: en el primero, en “La cruz”, del libro “Artículos propios” (por su orden de aparición, 2011), es contado de modo omnisciente, y  en “La fuente oscura”, de su último libro, “Relatos impares” (2017), se encuentra narrado en  primera persona.  También, en esos cuentos de Paredes, encontramos igual manera de narrar: su mirada interiorista.  Sobre ello, también habíamos escrito en estas mismas páginas un texto que presentaba dos cuentarios recién aparecidos en este mismo año, elaborado por narradores del Caribe colombiano: “Cuentos felinos 9” (bajo la edición de Clinton Ramírez), y “Los once de Calibán”

Allí advertía que en esos cuentos se “podrían plantear una escritura y ejecución exteriorista. Inclusive, algunos (pocos) de estas selecciones guardan algunas propuestas narrativas más hacia lo externo que hacia lo interno [...] Y, —me preguntaba entonces—¿qué quiere decir lo anterior? Los cuentos interioristas son narrados desde la perspectiva de los personajes (narrador homodiegético, la historia desde dentro), así sea en primera, segunda o tercera persona.  Y los exterioristas, son contados desde fuera (narrador heterodiegético)”. En fin, lo que se quiere decir es que, en estos dos cuentos de Paredes, presentan la misma historia, pero de modo diferente, aunque repitiéndose: a pesar ser contados el uno desde el exterior del personaje, “La cruz”, y el otro, “La fuente oscura”, desde lo interno, se identifican porque se aborda la mente de las personajes principales. Pero con la diferencia de que, en el primero, la narración se realiza desde una omniscencia subjetivizada, significando que se basa en una narración en tercera persona, pero enfocándola en la mente de ese personaje, Nora.

Las coincidencias de las tramas

Contemos, inicialmente, las coincidencias en las historias: en “La cruz” y “La fuente oscura”: ambos cuentos comienzan in media res, quiere decir, en la mitad de la trama. (Aclaremos que, en términos literarios, esta palabra, trama, se refiere a contar la historia de manera cronológica, o “ab ovo”, es decir, de la A a la Z. Existen otras dos formas de contar una historia: “in media res”, del medio hacia adelante, y luego hacia atrás. O “in extrema res”: del final hacia atrás).  En términos literarios (y muchas veces confundido con la trama), el argumento consiste, antes que nada, en cómo el autor presenta esa historia. Este argumento puede estar ordenado cronológicamente o se puede representar mediante las dos últimas de las formas narrativas antes señaladas: “in media res” o “in extrema res”. Un ejemplo: “Crónica de una muerte anunciada” es narrada “in media res”

Pero desarrollemos la trama general de los cuentos, revelando así sus concurrencias, sin incluir los nombres de los personajes. Esta presenta la relación de una pareja que se conoce en una iglesia (no católica, suponemos, cuando usan la palabra congregación). El personaje masculino es un pastor que comienza fortuitamente con unos iniciales  flirteos y visitas a casa de la mujer por varios meses, hasta cuando el novio pide la mano, más que todo, a los padres, sin el pleno consentimiento de esa futura pareja. Petición que es aceptada y que, luego de la respectiva planeación y casamiento, se van en luna de miel a los lugares santos, viajando a Europa, especialmente a Roma, pero que, por problemas de las líneas aéreas, se quedan anclados en esa ciudad, si poder avanzar a Damasco y Jerusalén, los destinos finales de los lugares sagrados. He ahí, el lugar donde suceden las situaciones relevantes del cuento.

Durante el viaje no han podido realizar la luna de miel por varias situaciones: problemas de incomunicación en las parejas, falta de pericia y torpeza para pequeñas intimidades, resultado  de las propias contradicciones que genera el no haber podido tener acercamientos personales ni ningún tipo de roces o besos durante el mismo noviazgo, nacidos no solamente por impedimentos personales de ellos, sino también en razón de las limitaciones  religiosas. Los cuatro personajes se encuentran en Roma, donde ellas esperan una luz que abra las puertas de las almas y las compresiones de ellos, pero, sobre todo, de sus comportamientos ocultos y algunos sesgados para lograr esos acercamientos íntimos. Y, ellos, en tanto, se regodean en sus contradicciones físicas y comportamientos adocenados en lo particular. Roma es el lugar de los balances, de evaluar  a otro siempre distanciado. Pero que conste: lo que aquí se subraya en los dos cuentos solo aparece de modo tenue. Julio Paredes no grita, no destaca. Solo muestra una perspectiva ligera, leve, pura discreción, más que todo, en “La cruz”.  Su escritura no se refocila en los acentos, sino en las luces bajas del alma humana.

 Por otra parte, ellas buscan en Roma que se les descifren varios enigmas: ¿Quién es realmente su pareja? ¿Cómo será su vida posterior? Y, sobre todo: ¿Qué esperan sobre los que sucederá en la noche íntima? Como es tradicional en los cuentos de Paredes, estos comienzan en la mitad de la historia, para luego dar un salto hacia atrás, donde comienza a contemplarse lo sucedido hasta entonces: en el caso de “La cruz”, existe una diferencia: ellos se conocieron antes (no dice el autor dónde), de que Augusto comenzara, primero de modo amistoso, a visitar a Nora. Más tarde, Augusto invita a la familia a la congregación religiosa donde es pastor, asistía, la cual aceptada. Tras varios meses de visitas, pidió la mano de ella. En tanto, en “La fuente oscura”, ya Tomás, como pastor, el personaje femenino se conocieron como feligreses activos de esa iglesia.

En el cuento “La cruz” sobresalen los pensamientos íntimos de Nora, al ser narrada la trama desde la interioridad de ella, a pesar de ser contado en modo omnisciente. El autor la retrata, en primer lugar,  desde las dudas y resquemores que tiene ella acerca de su marido pastor, quien despliega en el escenario de su iglesia un alto potencial de arrobamiento entre la multitud, en virtud de una retórica efectista, emocional, a la que ella llega a comparar y desear como una exaltación erótica, pero que Paredes logra mostrar de manera delicada. Los cuentos buscan desarrollar varios viajes: el exterior, es decir, el de Bogotá a Europa y Asia, pero también el mental, como el del cuerpo de Nora y Ella (asumo con ese nombre la personaje femenina de la “La fuente oculta”, como necesidad de y las preguntas hacer referencia más sustantiva de ese personaje) que intentan desear, pero que las intrigas  y preguntas sobre ellos las disuaden, así como la propia tensión que ello genera. Si me apuran, el tema de ambos cuentos lo constituye la búsqueda y la pérdida de la confianza de las parejas, merced a las equivocaciones, incomunicación e incomprensiones en sus relaciones, así como su subsiguiente desengaño.

Ya varios analistas han entrevisto el viaje como uno de los tópicos de las narraciones de Paredes. Y en este cuento, constituye un viaje hacia la intimidad de estos personajes, desde el que el primer conflicto, cuando, tras hablar de los problemas al no poder ir a Damasco  y a Jerusalén, a la hora de la cena, en el hotel, Nora le advierte sonriente a Augusto que ello podría representar un milagro en Roma (tal vez para aliviar sus recargas emocionales, lo cual no se presenta de manera ni siquiera oculta) ante lo cual este le toma la cara, se la pasa por la mejilla y luego le roza los labios para decirle: “A veces te cuesta trabajo entender”. Un primer desplante, de violencia sutil, de desdén, de desprecio. Y es allí donde Nora recibe el primer golpe de decepción. Su cuerpo entiende, percibe, comprende el no “entender”. En la habitación se retrae, sopesa, porque no era la primera vez que pensaba que los “dos seguían siendo un par de extraños obligados al aprendizaje de compartir prácticas antes privadas o encontrar un modo espontáneo y mutuo de acoplarse”. Augusto ha mostrado ser un hombre parco y poco demostrativo en la propia relación. Tampoco ha sabido a aprender a amar. He ahí el asunto: conectarse, acoplarse.

Ahora pasemos a “La fuente oscura”, aparecido en “Relatos impares”. Aclaremos que en este cuentario sí tiene la textura de una antología, pues allí sí reaparecen relatos de varios de los libros mencionados atrás. Aquí quien cuenta la historia, en primera persona, es una mujer, sin nombre, pero que se abre a diferentes perspectivas (esta es otra diferencia con “La cruz”): la primera, la narrativa, pues ella,  doblemente, se enfrenta a sí misma ante las contradicciones de una narradora que se piensa así misma, quiere decir, de manera metaficcional (ficción dentro de una ficción) y se vuelve, al tiempo, autoconsciente (consciente de la propia narración), dando cuenta de la voz de una narradora que duda sobre su  propio papel de relatora, lo cual es trasladado al  otro (al narratario, al lector), desde el inicio de su puesta en escena, diciendo: “Me gustaría encontrar a alguno que le diera a esta historia la naturaleza de un relato de amor; así fuera una crónica simple, sin sobresaltos dramáticos, sin vértigos y, probablemente, con imágenes repetidas, conocidas por todos”. Con esos términos sobre imágenes repetidas, conocidas, ¿se referirá Nora, mediante un guiño, al cuento “La cruz”, ya publicado en “Artículos propios”, y que se supone que “todos” lo leyeron, en una aspiración secreta de su autor? ¿No está diciendo, de algún modo repitiendo, que contará una historia que ya fue contada antes, en otro libro? 

Y la segunda duda: ¿será que la propia historia traiciona y abruma a la narradora y no sabe cómo contarlo? 

He ahí otra diferencia: mientras en “La cruz” el narrador es omnisciente y se cuida, o busca contar la historia desde su mirada lejana-cercana, en “La fuente oscura” la voz en primera persona cuenta —reiteramos —aparentemente que está buscando el “modo” de contarlo de otra manera, pues allí otro “veneno”: “hice todos los esfuerzos necesarios para esquivar y resistirme a esta especie de desbarajuste sentimental desde que lo vi asomarse, furtivo, como todo intruso mal intencionado”

De algún modo, pareciera ser (reiteramos sobre la segunda duda del párrafo tras anterior) también una autoexcusa para el autor: no solo se trata de cómo contar de nuevo esta historia ya narrada antes: es buscar, además, una forma para no hacerla dramática (desde esa voz interna, metaficticia, aunque además, sin melodramatismos), porque, analógicamente, ese “intruso” puede ser y significar no solo su “desbarajuste”, sino, también, el de su pareja, Tomás, por sus desaciertos en los acercamientos íntimos, sin ningún signo de amor ni de respeto, ni de táctica, y quien, por ello,  genera desconcierto en ella.

Consecuentemente, al narrar Ella, el lenguaje y el punto de vista del cuento cambian frente a los acontecimientos que le suceden con Tomás. En virtud de ello, Ella narra sin desapegos, bajo una especie de crítica, como una queja que se escucha cercana, como una descalificación contra Tomás,  presentando entonces una especie de ajuste de cuentas narrativo y de crítica al comportamiento torpe de su marido: de ahí que diga: “el desconcierto fue, en comparación, mayor que mi empeño”

Mientras tanto, en “La cruz”, Julio Paredes la da al lenguaje en la voz  de Nora otro tenor, que reacciona más pausada, más tranquilamente: presenta sus respuestas y sentidos bajo un cuerpo que culpa de su desconsuelo a Augusto, pero sin el pesado lastre del temor, como lo demostró Ella frente a Tomás. Lo anterior es consecuencia de que el narrador de “La cruz” conserve la compostura, una especie de objetividad sin compromiso con lo que le sucede a Nora, pero cuyas implicaciones se despliegan con mayor o   mejor efectividad narrativa, comunicacional.

Algunas repeticiones

Anotemos que Julio Paredes pareciera no tomar partido o en censurar la práctica religiosa de los dos personajes masculinos, pero para ambos pastores esta es una fuente de enajenamiento para las novias y futuras esposas. Ellas ven un enigma en estos personajes vigorosos que no se “destapan” como personas, como seres humanos en pareja, mientras en sus respectivas iglesias causan éxtasis por su forma de exponer la doctrina de modo tan atractivo como hipnotizante entre sus seguidores, y que, de alguna manera, Nora y Ella quisieran compartir en sus deseos.

Pero hablemos de los parecidos o las repeticiones: así como a Nora Augusto le mostró su burla en el restaurante del hotel, a Ella Tomás le comenta sobre los atrasos de los aviones: “No sería extraño, agregué, que en Roma aún quedara un milagro que solo nosotros dos descifraríamos”. La reacción de Tomás es igual a la de Augusto: “Se inclinó sobre la mesa, estiró el brazo y me pasó la mano por la mejilla”. Pero he aquí la diferencia entre los dos textos: en “La fuente oscura” el lenguaje adquiere una connotación más fuerte: “Me examinó sin hablar, como si buscara en la forma de mi cara, en la carne blanda alrededor de mi boca, la pieza faltante para adueñarse de mi corazón [...] la reacción inexplicable de Tomás alteraba el mundo [...] identificaba una peligrosa sombra, un aviso amenazante, la posible marca del infierno tan temido que lo había acosado durante tantos años en el pasado”. Esta narradora exclama o grita narrativamente lo que el narrador de “La cruz” apenas insinúa. Este cuento subraya más el “infierno tan temido” de Ella.

Y es que la voz de Ella es más capaz de narrar ese infierno desde el dolor y las contradicciones de la intimidad. Allí donde Julio Paredes, por manes del narrador omnisciente en “La cruz” guarda sutilmente las contrariedades de Nora, así como su sorpresa por las actuaciones de Augusto, Ella despliega un mayor desengaño. Y es por ello que menciona que cuando regresen a Bogotá se entrelazará su vida en una “penitencia implacable”. El lenguaje religioso se ha introducido desde y en el personaje. Allí es donde Paredes suelta la mano y la esconde: inculpa al otro de forma tenue, para que el lector lo comprenda.

Y ese abismo escondido es el que acontece bajo otro paralelo para los personajes masculinos: Augusto y Tomás habían penetrado y salido de simas en que el alcoholismo y las drogas, en el que los desbordamientos de todo tipo los había hecho entrar  a sus respectivas comunidades religiosas: su vidas pasadas representan la superación y el ejemplo para sus respectivas feligresías: estas beben del ejemplo de la caída  y quedan atrapadas en esta, con las que Nora y Ella se subyugan: deseo y religión se conjugan nuevamente en la búsqueda de lo perdido, del arrobamiento y  la intimidad nunca encontrados en sus vidas reales.

Quisiera dejar dos o tres citas más para mostrar el parecido, diálogo y espejo, en el lenguaje de ambos cuentos, en este pequeño cuadro, y que repite lo explicado en dos párrafos anteriores.

"La cruz"

“Él también, le revelaba ahora, había avanzado durante años y sin ningún control hacia el desastre (…) Había perdido el empleo, la salud y la fuerza, había abandonado con indiferencia a los de su casa y, cuando ya estaba a punto de someterse definitivamente a la infamia, Cristo, intercediendo desde la humilde figura de una prima suya, le había hablado” (2011, p. 182).

A Nora “Le dio por pensar que le gustaría volver a las piscinas, nadar varias horas al día como cuando estaba por los quince años y soñaba con batir algún reto” (2011, p. 177).

“De allí en adelante, Nora quiso participar de una manera más activa, improvisando, en la distinta oscuridad de los cuartos, movimientos cortos las piernas o un brazo, zarandeos indecisos que se acercaban más a los que soltaría un cuerpo dormido que a los de una novia expectante” (2011, p. 176).

"La fuente oscura"

“Con la fácil resignación de quienes no sabían cómo encontrar el rostro divino, perdió la noción de cualquier milagro redentor. Cuando estaba a punto y a un simple paso de abrazarse definitivamente a la infamia, Cristo, intercediendo por intermedio de la humilde figura de una prima hermana, le había hablado” (2017, p. 70).

“Cerré los ojos y pensé que me gustaría volver a las piscinas, como cuando estaba por los quince años y soñaba con batir un récord” (2017, p. 72).

“Por no saber cómo yo tampoco participaba de una manera más activa y apenas improvisaba movimientos cortos con las piernas o con algún brazo, zarandeos que se acercaban más a los que soltaría un dormido en reposo profundo que a los de una novia expectante” (2017, p. 73).

Acerca de estas citas, en un mundo donde internet, Instagram y Facebook y otras redes sociales manipulan todo, se ha decidido citar el año de la publicación del libro y poner la respectiva página, por si algún lector acucioso desea comprobar estos fragmentos, que pueden yuxtaponerse de un cuento a otro. Porque se trata de eso: puedes colocar en un cuento o en el otro cada uno de los párrafos señalados.

¿Qué llevó a Julio Paredes a repetir un cuento tan bien elaborado como “La cruz”? ¿Alguna apuesta literaria o intelectual? ¿Corregirlo, por puro placer? ¿Darle mayor afirmación y voz a Ella? No es “normal” que eso suceda en el mundo literario. Se pueden cambiar unos versos, unos párrafos en una novela. De todo hay en el jardín del Señor. Y he aquí una frase que seguramente me dictó Augusto o Tomás, influyéndome entonces alguno de ellos de los cuentos.

Pero finalicemos ya, destacando que nos encontramos ante uno de los mejores cuentistas del país y de Latinoamérica, al que le faltó mucho apoyo lector y reconocimiento, lo que significa cuáles son los lineamientos comerciales, editoriales y el papel poco preponderante del cuento, donde la novela se salva, una vez más, tras el influjo mercaderista, y, para, rematar, otra vez, la poesía se lleva la peor parte (salvo algunas excepciones).

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